Los viejos rockeros nunca mueren.
Tras el regreso, después de muchos años de ausencia,
de Terminator y Rocky Balboa (y a la espera
de John Rambo) llega el turno de John McClane.
12 años llevábamos sin ver al
policía de NY más ácido de la gran pantalla.
Desde que en 1995 nos dejara tan buen sabor de boca Die Hard:
With a Vengeance pocos personajes tan carismáticos
y socarrones como el que Bruce Willis y un excelente Ramón
Langa en el doblaje han traído a las salas de nuestro país.
Cuando uno escucha la risotada de John
McClane tras cargarse a 4 terroristas, ve las hostias como panes
que reparte a diestro y siniestro y oye su genial repertorio de
frases intimidatorias se da cuenta de cuánto lo ha echado
de menos y de que ya no se hacen personajes así.
Es por eso que las maduras estrellas del cine de acción
se están animando a dar un último coletazo con sus
papeles más queridos.
Live Free or Die Hard no es menos que
ninguna de sus predecesoras. No defrauda un ápice en cuanto
a derroche de violencia, acción, situaciones límite
y vaciles varios. Como siempre ha sido, la desbordante carga adrenalínica
hace que en algún momento se dé la nota con imposibles
para cualquier humano, pero son licencias cinematográficas
totalmente justificables y perdonables, dada la naturaleza ya
de por sí burlesca de esta clase de cine.
Willis sigue en plena forma (aunque físicamente
los años se noten) y vuelve a bordar el papel que tanta
fama le ha dado. Varios guiños a sus aventurillas en el
Nakatomi Plaza, el aeropuerto de Dulles y las calles de NY sacan
la sonrisa fácil del espectador, pero son una serie de
desternillantes diálogos con su némesis Thomas Gabriel
(Timothy Olyphant) y con el hacker nº1 Freddy Kaludis (un
Kevin Smith que se cuela de secundario en todo lo que puede) los
que se llevan la palma dejando frases para la posteridad.
El guión parte como siempre de un McClane
metido en líos sin comerlo ni beberlo.
El malo de turno en esta ocasión es un informático
despechado por el Gobierno americano que pretende cobrarse en
caos (y dólares) la falta de atención que le prestaron
en su día. Olyphant da la talla en un papel quizá
con menos flema que el de Jeremy Irons en La Jungla 3
o el de Alan Rickman en La Jungla de Cristal.
Justin Long (en el papel de Matthew Farrell, el hacker en el centro
del conflicto) pone la nota friki en un filme donde, con ánimo
de modernizar la saga, los piratas informáticos y sus ultra-ordenadores
son capaces de cualquier cosa.
Maggie Q interpreta a Mai Lihn, la clásica mala atractiva,
con muy mala fortuna no por la actuación sino porque se
lleva una somanta de palos digna de perpetuar en la memoria de
padres a hijos.
Len Wiseman ejecuta una dirección sin
alardes pero efectiva (siguiendo la estela de McTiernan y Harlin)
especialmente en las estimulantes escenas de lucha (espectacular
la pelea con Cyril Raffaelli, uno de los yamakasi franceses).
Sin tratarse de una cinta calificable como obra
maestra ni tan siquiera muy buena, es altamente gratificante y
calma la necesidad de buenas películas de acción,
dando un último brochazo a un personaje que tiene como
relevo generacional a Jason Bourne o al reinventado 007.
La duda está en si tendremos en el futuro a alguien que
nos diga:
"Como no me digas lo que quiero te voy a inflar a
hostias en tu propia casa".
El tío es único.