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WATCHMEN

Título original: Watchmen
Año: 2009
País: Estados Unidos
Duración: 163 min.
Director: Zack Snyder
Guión: Alex Tse, David Hayter basado en la novela gráfica de Alan Moore
Producción: Lawrence Gordon, Lloyd Levin, Deborah Snyder
Música: Tyler Bates
Fotografía: Larry Fong
Ficha artística:
Jackie Earle Haley, Malin Akerman, Billy Crudup, Matthew Goode, Jeffrey Dean Morgan, Patrick Wilson, Carla Gugino, Matt Frewer, Stephen McHattie, Laura Mennell, Rob LaBelle, Gary Houston, James M. Connor, Mary Ann Burger, John Shaw, Robert Wisden
Trailer en V.O.

SINOPSIS: En un alternativo 1985, con el mundo al borde de la guerra nuclear, los antiguos superhéroes –actualmente ilegalizados- están siendo eliminados por un invencible enemigo desconocido. Cada uno de ellos intentará desvelar el misterio según sus propios métodos, pero se encontrarán inmersos en una trama mucho más compleja de lo que podían suponer.

LOS SUPERHÉROES PIERDEN SU INOCENCIA.

Normalmente defiendo la teoría de que toda traslación de otro medio debe ser disfrutada y analizada sin tener en cuenta sus fuentes inspiradoras, ya sean gráficas o literarias; pero en el caso de Watchmen es tal la dependencia de aquella obra titánica firmada en 1986 por Alan Moore y Dave Gibbons, que no tengo más remedio que contradecir mis palabras y aceptar la ineludible conexión que existe entre ambas expresiones plásticas.

 
Es por todos conocido que la materialización de esta pretenciosa hazaña cinematográfica ha supuesto 20 años de controversia y desacuerdos, -lo que ha contribuido a endiosar aún más el mito de una adaptación imposible- y que nombres como Terry Gilliam o Darren Aronofsky fueron temporalmente vinculados a la idea. Todos tuvimos tiempo de hacer nuestras propias apuestas (En aquellos años yo me habría decantado por Paul Verhoeven, y en nuestros días por Paul Thomas Anderson), y por ello la mayoría de cinéfilos y amantes del cómic temblamos de pánico cuando supimos que un cineasta comercial y viciado como el responsable de 300 sería definitivamente el encargado de convertir la epopeya gráfica en imagen real, pero no habíamos contado con la fascinación que el propio Zack Snyder sentía por el macroproyecto que había caído en sus manos, y por el que estaría dispuesto a luchar contra viento y marea.
 

Tampoco se trata de elogiar ahora la labor de un realizador de limitada imaginación y recursos cuestionables, y no podemos ignorar lo mucho que molesta su constante uso de cámaras lentas o de ese cargante efecto Bullet-Time inventado por los hermanos Wachowski para su trilogía Matrix. Trucos innecesarios que vulgarizan el resultado y lo alejan del film sobrio y reflexivo que muchos hubiéramos querido ver, pero pecaríamos de ilusos si pensáramos que se puede tener todo; ningún estudio estaría dispuesto a arriesgar el multimillonario presupuesto requerido por una empresa así sin unas mínimas garantías de su aceptación por parte del gran público, así que hemos de aceptar esa inevitable superficialidad como el precio a pagar por ver la quimera convertida en realidad.

 
Con todo, uno de los mayores aciertos de Snyder consiste precisamente en haber aportado a su quehacer lo menos posible de sí mismo, limitándose a reproducir con aritmética precisión el trabajo de Moore y Gibbons. (Algo parecido a lo que hizo el mediocre Brett Ratner cuando hubo de afrontar una misión que superaba sus posibilidades, como fue El Dragón Rojo). Puede que al final el producto adolezca de auténtica personalidad estética, pero al menos así, las efectistas manías del director se ven minimizadas por la magnitud de la historia y su rigurosa ejecución visual.
 

Era imposible compendiar en un largometraje toda la complejidad del extensísimo relato impreso. Quedan en el tintero historias paralelas de personajes secundarios y espinosas ramificaciones del entramado principal, así como un turbador impacto final que en el film ha sufrido alteraciones para acomodarse a la mentalidad de un público supeditado a los actuales condicionantes sociales y políticos; pero aún cuando la cinta no alcanza ni de lejos el nivel de profundidad de la pieza original, a la hora de sintetizar Snyder ha sabido obviar muchos elementos accesorios para centrarse en capturar la desoladora naturaleza del mensaje.

Tanto en su versión de papel como en la de celuloide, la construcción de los personajes cobra en Watchmen mayor importancia incluso que el argumento que los mueve. Esta nueva vuelta de tuerca al mundo del superhéroe no versa sobre dotarlo de vida y sentimientos que lo humanicen –lo cual hizo mejor que nadie Shyamalan en la maravillosa El protegido- sino del paso siguiente, que sería su villanización. Nacido de una civilización pútrida y desencantada, el vigilante enmascarado que teóricamente protege a los débiles puede ser un desequilibrado, un sádico racista, un superhombre que mira a los humanos con la indiferencia de quien observa bacterias en un microscopio (Y los extermina con igual facilidad cuando su gobierno lo ordena, como vemos en una breve referencia a la actuación del Dr. Manhattan en Vietnam), o simplemente un frustrado que sólo se siente vivo frente a la acción adrenalítica; haber sabido perfilar tan enrarecidos caracteres desenvolviéndose en el imperfecto escenario al que pertenecen es uno de los logros de Snyder, y para consolidarlo no renuncia a vulnerar los parámetros narrativos convencionales del cine estadounidense ofreciendo atípicas insinuaciones sexuales o exhibiciones gratuitas de ultraviolencia explícita. Hacía mucho tiempo que el Hollywood comercial no se atrevía con una desventura de semejantes características.

 
 
Hablamos de una historia trágica en espíritu, no tanto por los acontecimientos que narra –que desde luego influyen- como por su negra percepción del universo del hombre; y esa es precisamente su mayor diferencia con otras producciones supuestamente oscuras y pretendidamente realistas como El caballero oscuro o la propia V de Vendetta, también basada en un relato de Moore. Mientras que estas abogan finalmente por la supremacía del ser humano y su naturaleza benigna, Watchmen ni siquiera se detiene a contemplar la posibilidad de que tal bondad exista. Acaso una frase del Dr. Manhattan resume el amargo sentir del autor hacia sus semejantes: “Un cuerpo vivo y uno muerto contienen el mismo número de partículas, no hay una diferencia discernible a nivel estructural. La vida y la muerte son abstracciones no cuantificables”.
   
Aún declarándome enemigo de las tecnologías infográficas que últimamente saturan nuestra retina en cualquier producción fantástica, he de reconocer que, correctamente utilizadas, se hacen imprescindibles para recrear con seriedad tamaña fábula visual. Por esa y otras razones, probablemente ha merecido la pena esperar hasta una era que quizá no sea precisamente la más propicia para la sublimación artística pero sí para una pluralidad ideológica que permite llevar a puerto propuestas de cualquier índole. Se hace difícil imaginar que un producto tan deliciosamente incorrecto pudiera haber visto la luz durante las dos décadas anteriores y, más que le pese al excéntrico Alan Moore, que sin duda seguirá maldiciendo la obra desde su casa en Northampton, su apocalíptico fatalismo y la provocativa transgresión que en su día propuso están presentes en la sugestiva interpretación que Zack Snyder ha sido capaz de ofrecernos.
 
M.M.M.
 
Valoración: 5/10

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