La fidelidad a grandes figuras del cine como Martin Scorsese o David Cronenberg está permitiendo a Howard Shore desarrollar muchos de sus mejores scores. Su nuevo trabajo para el segundo, Eastern Promises, es sencillamente apabullante; cuando creemos que un gran autor ha alcanzado su mayor grado de madurez en los muchos retos que ha afrontado y en los diversos estilos con los que se ha atrevido, todavía es capaz de dar otra vuelta de tuerca y sorprendernos con una creación tan magistral como esta, que contribuye a consolidar al músico canadiense como indiscutible genio musical de nuestra época y uno de los principales salvaguardas de la calidad y el clasicismo en el maltrecho estado actual de la banda sonora.

Como antes hicieron John Williams en La lista de Schindler o James Newton Howard en El bosque, Shore acomete una partitura en la que concede protagonismo absoluto a los solos de violín, que lucen con brillantez el talento de la virtuosa artista escocesa Nicola Benedetti. (www.nicolabenedetti.co.uk/). La solemnidad de la música tradicional rusa también sirve de inspiración en  algunos momentos de esta aproximación al oscuro mundo de las soterradas mafias londinenses.

En líneas generales, y para no traicionar el medio en que el compositor mejor se desenvuelve, la partitura destila gravedad y desasosiego, sin por ello obviar respiros de bucólica belleza como el que nos regala en el corte Anna Khitrova. Las melodías inquietantes concebidas por Shore se suavizan mediante el delicado sonido del violín que las ejecuta, consiguiendo un clima exquisito y elegante que en todo momento impregna la obra.

M.M.M.