Generalmente resulta más fácil comentar obras mediocres, que encontrar los adjetivos adecuados para calificar tanta perfección como alcanza esta inmortal composición de uno de los más fructíferos autores que el cine nos ha dado.

Comparando esta nueva edición con la que anteriormente existía, podemos concluir que la Orquesta Filarmónica de Praga -superándose con cada nuevo trabajo que acomete- rinde absoluta fidelidad y respeto a la grabación original, con el aliciente que supone esa antes impensable calidad acústica de que se beneficia esta nueva y completísima versión en la que se incluyen, además, temas desechados del metraje final de la película.

Los locos años sesenta han quedado atrás, y mientras la imparable modernidad de la nueva década irrumpe en ese 1970 en el que Quincy Jones componía They Call me Mr. Tibbs o Ennio Morricone pergeñaba su delirante Two mules for sister Sara, Miklós Rózsa  se desvincula de la época en que vive para regalarnos una vez más su académico clasicismo, acentuado en esta obra por la recuperación de momentos de su Concierto para Violín nº 2, Opus 24, compuesto en 1956.

La oscura gravedad religiosa que caracterizó al compositor húngaro en sus incursiones bíblicas como Ben Hur o Rey de Reyes, asoma en algunos pasajes como Von Tirpitz Appears o Inverness. En otros temas como The Diogenes Club recurre a solemnes sonidos inequívocamente británicos, lo cual es procedente al abordar una temática como la de este film; y para reforzar la ambientación requerida incluye el arreglo de una melodía típicamente irlandesa compuesta por Loch Lomond, en el corte To Glenahurich.

Los violines se convierten en amos de la función; cuando operan en conjunto son atronadoramente pasionales, como es usual en Rózsa, mientras que por separado, complejas notas magistralmente ejecutadas evocan el gusto del detective por este instrumento, y su tendencia, según palabras de Watson, a la improvisación de hermosas aunque indefinidas melodías.

M.M.M.