Entre aplausos y de negro riguroso,
como no podía ser de otra forma, el centenar y medio de
músicos y coristas de RTVE hacían su entrada en
el altillo del Teatro Monumental de Madrid. Con capacidad para
1600 personas, no tardó en llenarse y mientras algún
rezagado ocupaba su asiento, y los compositores invitados al festival
firmaban discos a los fans, los integrantes de la orquesta Filarmonía
afinaban sus instrumentos bajo la guía de la primera violín
Mariana Todorova Roeva.
Recibido con vítores
y palmas, Alan Silvestri hacía su aparición en el
escenario y, reverente, dedicaba una amplia sonrisa y agradecimientos
a los presentes.
Abrió el concierto con una suite de Regreso al futuro
(Back to the future, 1985-1990) compuesta por fragmentos
enlazados de las tres entregas de la saga, durante la cual, desde
el xilófono hasta la tuba y el último violín
nos abrieron las orejas de par en par dejando adivinar una noche
de sensaciones fuertes.
La perfecta ejecución
de la partitura y la inmejorable acústica del Teatro recalcaron
el loable pero infructuoso esfuerzo de la organización
de Soncinemad, el día anterior en la sala 25 del Kinépolis,
por llevar la música de cine a su lugar de proyección.
Tras la sabrosa apertura que
nos hizo evocar esa época en la que todos queríamos
ir en monopatín como Marty McFly, el neoyorkino pasó
a Sólo los tontos se enamoran (Fools rush in, 1997),
una de la piezas que, a mi juicio, debería haber descartado
en beneficio de otras de mucha más importancia y calidad.
Echamos de menos la excelente música de Depredador
o la explosividad vocal que habría supuesto un tema de
The Abyss para mayor lucimiento del coro en el Monumental.
El siguiente tema, extraído
de la película Un ratoncito duro de roer (Mouse hunt,
1997), tan poco impactante como el anterior, puso al descubierto
sin embargo el oficio y talento de la orquesta que tuvo que emplearse
a fondo para interpretar el variado y difícil juego de
cuerda propuesto por Silvestri, que les llevó hasta a rasgar
las cuerdas de los violines a imitación de los arañazos
de un ratón.
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Si
hubo por un momento algún atisbo de apatía,
llegó el Juez Dredd
(Judge Dredd, 1995) para quitárnosla de encima.
Una imponente suite de más de 5 minutos en la que
hizo su aparición el coro por primera vez, fue ejecutada
de forma soberbia por voces e instrumentos, y su partitura
de intensidad creciente sacó el máximo
partido del auditorio, haciendo estallar de júbilo
al millar y medio de presentes que dieron una sonada
ovación al compositor americano, el cual se permitió
un momento de celebración de lo más cómico
y aprovechó para saludar a sus colegas de profesión
Trevor Jones y Chistopher Gordon, que se encontraban, al
igual que los demás músicos invitados por
Soncinemad, repartidos entre el patio de butacas y los anfiteatros.
Fue, sin duda, el momento más efusivo de la noche. |
La melódica Contact
(Contact, 1997) nos bajó las pulsaciones del máximo
al mínimo, dando paso a un tema de Rápida y
mortal (The quick and the dead, 1995) que, haciendo honor
a su nombre, terminó en un suspiro de poco más de
tres minutos y nos dejó con buenas sensaciones pero ganas
de más.
La 1ª parte del concierto
se cerró con otro tema del que se podría haber prescindido,
El padre de la novia (Father of the bride, 1991), pero
que dejó como curiosidad una variación del Canon
de Pachelbel integrado en la partitura del filme.
Una composición de ocho
minutos de El regreso de la momia (The mummy returns, 2001)
abrió la segunda parte del concierto. Evidenciando la riqueza
de la música sinfónica en directo, las voces del
coro y la variada orquestación de la pieza resonaron en
nuestros oídos despertando sensaciones que el disco no
había conseguido en su día.
Le siguió Noche en
el museo (Night at the museum, 2006) denotando la falta creativa
de Alan Silvestri en los últimos años, en los que
se ha decantado más por proyectos comerciales orientados
al público infantil.
Afortunadamente, y adelanto un poco de lo que iba a suceder, parece
que retomando la estrecha relación que le une a Robert
Zemekis, con Beowulf ha encontrado de nuevo la inspiración.
Náufrago (Cast Away,
2000), lenta y evocadora, volvió a adormecernos antes
de la animada suite de Polar Express (The Polar Express, 2004),
otro tema de corte infantil que Silvestri, entre sudores y enrojecido
por el calor y el esfuerzo, presentó levantando el libreto
de partituras con un irónico ‘It feels like Christmas’
que obtuvo las carcajadas de los presentes.
Para rematar la faena, llegó
la esperada suite de Forrest Gump (Forrest Gump, 1994)
que volvió a sacar partido del espléndido coro de
RTVE y sobre todo de la cuerda que, hacia el minuto siete, con
un crescendo de violines, nos hizo recordar el oscarizado
filme con un espléndido Tom Hanks al que, por un momento,
me pareció ver correr por el patio de butacas del Monumental.
Y como
colofón, en primicia mundial, la banda sonora
de Beowulf.
La película, que verá la luz en Noviembre
de este año, es la última colaboración
entre Zemekis y Silvestri, una de las parejas que mejor
rendimiento ha dado en las últimas dos décadas
del séptimo arte. Se esperaba con impaciencia. |
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Un tema de más de siete
minutos lleno de matices y que se presta a más de una audición
para captarlo en toda su riqueza, sonó magnífico
en el Teatro y pudimos captar pinceladas que recordaron
a la obra maestra de Poledouris, Conan el Bárbaro,
e incluso a El Cid de Rózsa, pero con personalidad
propia.
Con un marcado toque medieval por momentos, evocando la poesía
épica en la que se basa el filme, ha despertado expectación
y la esperanza de que se recuperen viejos valores ya olvidados
en la música de cine actual en lo que a películas
de aventuras y acción se refiere.
Al terminar la pieza, tras
una intensa ovación en el que era su primer concierto,
acostumbrado a realizar su trabajo en un cuarto ('bonito, pero
un cuarto' - dijo), afirmó que le había gustado
la experiencia y expresó su agradecimiento al público.
Se pidieron bises intensamente pero Silvestri se escudó
en que debía volver a casa (su estancia en Madrid fue fugaz)
y en lo agotador del concierto, que demostró quitándose
la chaqueta para mostrarnos su empapada camisa.
El respetable, entregado al compositor, perdonó todo.
El
interés creciente en España por las bandas sonoras
nos está reportando memorables sensaciones y vivencias.
Desaparecidos grandes maestros y retirados otros, nos habría
gustado que esta tendencia hubiera surgido mucho antes, pero al
menos nos está permitiendo disfrutar de la música
de muchos que, a la sombra de las grandes figuras como Goldsmith
o Poledouris, llevan décadas plasmando sobre el pentagrama
el alma del cine.
Gracias Alan.
Por J.J.L.S.
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