Aún sin dejar atrás del todo las reminiscencias del Jazz, por aquel entonces el aún naciente estilo de Barry se caracterizaba -salvo magníficas excepciones como el documental Elizabeth Taylor in London- por su frialdad y austeridad orquestal, peculiaridades que le serían muy útiles para convertirse en referencia obligada de la música del cine de espionaje durante los años 60 (Recordemos que, aparte ya de James Bond, el autor prestó su arte a otros títulos como The Ipcress File y The Quiller Memorandum); un sonido, por tanto, ideal para esta segunda incursión cinematográfica de 007 en la que, a modo de paréntesis dentro de la azarosa vida fílmica del superagente, varias de las constantes habituales en la serie -escenarios exóticos, profusión de hermosas mujeres y acción desbordante- se moderan en favor de una trama más sobria, propia de ese género nacido durante la Guerra Fría.

Si descontamos las caribeñas tonadas creadas por Monty Norman para Dr. No, podemos decir que nació aquí la tradición aún existente de acompañar cada film de Bond con una canción -casi siempre destinada a convertirse en un éxito del momento- interpretada por un artista de moda. En esta ocasión le tocó al romántico y algo pastelero Matt Monro, que interpreta una balada compuesta por Lionel Bart y acoplada a los títulos finales. Aunque Barry no fue su creador, utiliza la melodía con soltura tanto en el tema principal como en momentos aislados de la partitura.

M.M.M.