Sean Connery ES James Bond; así era la respuesta de Saltzman y Broccoli a ese intento de parodia que había supuesto la fallida Casino Royale (Versión Peter Sellers, claro). Era el momento de echar el resto, de demostrar que el mito de 007 sigue en la brecha y es insustituible; por eso, si hasta ahora las historias de Ian Fleming se habían adaptado con aceptable fidelidad, esta sería la primera de muchas ocasiones en que del original se respetaba poco más que el título y algunos personajes, siempre en pos de optimizar los resultados comerciales. Spectra está a punto de sumergir al mundo en una III Guerra mundial rompiendo la delicada línea de cordialidad existente entre las dos grandes superpotencias, y el neutral gobierno británico enviará a su mejor hombre a Japón, donde sospechan que puede ubicarse la auténtica fuente del conflicto. Un argumento ambicioso para una película presupuestariamente holgada y llena de pretensiones cuya calidad no alcanzó, sin embargo, la excelencia de sus predecesoras.

Lo que sí estuvo a la altura fue la genial labor de John Barry, que continuaba madurando a pasos agigantados. El film supera en acción a su precedente, Operación Trueno, y el compositor, alejado ya del Jazz y con pleno dominio del sinfonismo, responde a las exigencias estructurando vibrantes pasajes cargados de ritmo y sonoridades espectaculares (p.e. A Drop in the Ocean o Bond Averts World War Three), que solo pueden calificarse de impecables; por no hablar de las impactantes cadencias de viento deliberadamente estridentes que recrean los momentos más inquietantes, como Capsule in Space o Countdown for Blofeld. A lo largo del score, el tema de James Bond aparece solo de forma anecdótica (Durante el ataque aéreo a Little Nellie podemos oírlo con su orquestación original), pero la calidad de la obra impide que se eche en falta.

Sin embargo, la auténtica revelación de esta partitura es esa vertiente lírica que más adelante consolidaría al autor como uno de los más poéticos del panorama musical. Acorde con las localizaciones, Barry juguetea a su manera -siempre acertada- con instrumentaciones de corte oriental en temas tan correctos como The Wedding. Los paisajes nipones y el tono bucólico en determinadas partes de la cinta, propician un sonido cálido y profundo en el que el músico se recrea a placer, ofreciendo una exhibición de clase y sensibilidad. Cortes como The Death of Aki o Mountains and Sunsets son perfectos ejemplos de belleza y romanticismo.

En conjunto, Solo se vive dos veces es una imponente muestra de profesionalidad, inspiración y saber hacer, una pieza inmaculada que reúne todo cuanto debe tener una partitura para 007 y que podemos al fin apreciar en su plenitud gracias, una vez más, a la invaluable labor de Lukas Kendall, que  nos brinda un compacto con siete estupendos cortes antes inéditos.

M.M.M.